Fontanarrosa, las Eliminatorias, Argentina y Ecuador


05 de septiembre de 2023

Compartir esta nota en

por Ariel Scher

Ustedes, sí, sí, ustedes, los que dicen conocer tanto de fútbol como Leonardo da Vinci de arte, se preguntaron, al menos una vez, por qué existen las Eliminatorias para los mundiales. Porque -concedámonos una sinceridad fugaz y que nadie escuche- perfectamente podrían no existir. La humanidad seguiría siendo una colección de luces y de bostas, los autos no se frenarían, unas personas harían el amor y otras lamentarían no hacerlo y hasta los mundiales, los mismísimos mundiales, se disputarían con equipos seleccionados a dedo o con naciones que, por azar, reunieran once tipos ágiles en el país al que se designara como sede.


Ustedes dirán que las cosas están y no hace falta preguntarse por ellas. Mentira: las cosas están y si uno no se pregunta por ellas, vive con menos problemas, o sea vive de una manera más parecida a las paredes o a las plantas. Por las cosas hay que preguntarse y, encima, esta pregunta devuelve una respuesta feliz: las Eliminatorias para los mundiales se inventaron para que en algún tiempo su historia anodina se transformara en una gloria. Más fácil: para que en cierta época las escribiera el Negro Fontanarrosa.

¿Hacía falta, por ejemplo, que Argentina y Ecuador se enfrentaran en el estadio de River el 30 de abril de 1997? ¿Alguien percibe en este instante que su pasado, su personalidad o sus cimientos serían diferentes si ese partido se jugaba o no se jugaba? Ni de casualidad. Ese partido fue una patraña en el camino hacia el Mundial de Francia del año posterior y se organizó para que Fontanarrosa dejara apuntado un texto publicado ese 30 de abril al que tituló "Tenemos la mejores brujas".

Innecesaria cita de fútbol, necesarísima cita con la literatura. Pruebas sencillas: ¿cuántos recuerdan una, aunque sea una, circunstancia de ese Argentina-Ecuador?, ¿y cuántos, al revés, a partir de este instante no podrán olvidar el primer párrafo de esa obra mayor de Fontanarrosa? Va: "'Estamos, sin duda, ante el trabajo de verdaderas profesionales -admite una consternada Hermana Rosa-. Las mejores brujas ecuatorianas de las zonas de Lacatunga y de Pichincha. Estas últimas, a quienes conozco por haberlas frecuentado en congresos y por Internet, y pese a ser de las hechiceras más baratas, han hecho un importante trabajo sobre nuestros muchachos procurando desarmar, en parte, mi estrategia'. Escépticos, preguntamos a la pitonisa cuál es su estrategia. 'Hablé con el Dani -murmura, refiriéndose a Passarella- y lo convencí de usar dos brujas como carrileras. Es la primera vez que acepta incluir dos brujas: la Bruja Berti y la Brujita Verón'".

¿Se hacen ahora la pregunta? ¿Se la hacen o, afirmándose en una ingenuidad imperdonable, continuarán viendo duelos de Eliminatorias sin cuestionarse nada, emocionándose sin fundamentos cuando los relatores nos avisen que es hora de emocionarse? ¿Se dan o no se dan cuenta de que en el más o menos largo curso transcurrido desde el encuentro de Adán y Eva hasta el mandado que acaba de hacer una de las vecinas de nuestra cuadra podría no haber habido Eliminatorias para los mundiales pero no podría haber faltado Fontanarrosa para narrarlas?

Fontanarrosa, rosarino como la Hermana Rosa, esa pronosticadora de resultados y de existencias que se convirtió en la estrella de las notas en Clarín con las que su creador le dio sentido al sinsentido de las Eliminatorias para los mundiales. O Fontanarrosa, el escritor, cronista, humorista, observador futbolero, capturador de todos y de nadas, que reconoció que eso de las Eliminatorias era una verdadera joda y que, en consecuencia, había que fabricar una joda mayor, una joda aguda e imprescindible, para justificar tanto partido, tanta especulación, tanto absurdo de hacer un torneo que es la antesala de otro torneo. Fontanarrosa, que seguro se formuló muchas preguntas, inclusive la del motivo de la existencia de las Eliminatorias, y que en la previa de ese Argentina-Ecuador, se contestó, por ejemplo, esto:

"El poder de la Brujita Verón es formidable -afirma la mentalista rosarina- pues proviene de una familia de hechiceros. Ya el padre era la Bruja Verón, que pinchaba ratas y convertía goles inexplicables para la ciencia. Y se comenta que la bruja Cachavacha era allegada de la familia. Es notable como, poco a poco, la sociedad nos ha ido aceptando. Antes, en épocas de la Inquisición, a los Verón los hubieran quemado en una plaza pública. En la actualidad, los incluyen en el seleccionado".

Ya está, no pidan más. Si después de semejante párrafo queda gente que no se pregunta por qué existen las Eliminatorias y, además, no se contesta desde las letras sabias y desopilantes de Fontanarrosa, es que esa gente no tiene remedio. ¿Qué permanecerá cuando la humanidad se escurra porque los individuos se agoten de ser parte de algo tan fabuloso: la volatilidad de un Argentina-Ecuador cualquiera o las meditaciones indispensables de un crack de las palabras sobre brujas, brujitas y brujerías? Y otro interrogante: si no ocurre esa desgracia, si la humanidad sobrevive, ¿qué se dirá de aquel 30 de abril en el que argentinos y ecuatorianos compartieron un césped?, ¿se discurrirá sobre córners y posiciones adelantadas, se reeditarán manuales de geografía que detallan en qué consisten la latitud y la longitud o se vociferarán las líneas siguientes, destinadas a la ductilidad de los jugadores visitantes?: "Los ecuatorianos se adaptan a todo y no dependen de lo que haga o no haga Alex Aguinaga. En Quito, por ejemplo, hay canchitas donde la línea demarcatoria de la mitad de cancha coincide con la línea del Ecuador. Entonces, cuando un equipo ataca, transita por las frondosas espesuras y economías del hemisferio norte. Y cuando defiende, lo hace en las vastas inmensidad empobrecidas del hemisferio sur. Se adaptarán esta noche a la planicie de Núñez".

A los que todavía escabullen la obligación de cuestionarse sobre la realidad en general y sobre las Eliminatorias para los mundiales en particular les resta desandar un camino más. De Fontanarrosa se predicó que imaginaba y que redactaba con la exactitud de la simpleza, que dominaba el misterio de la risa porque dominaba aún mejor el secreto de la ternura y que hablaba en serio cuando proclamaba que su ilusión más profunda era que en el cielo hubiera canchitas y lo convidaran a jugar un picado. Y se dijo, además y sin exagerar, que era un tipazo. Bueno, sólo los tipazos se preocupan por cuidar a los demás. Y Fontanarrosa cuidó a miles de que las durezas que siempre traen los desengaños no adquirieran los contornos de la crueldad: él sabía que las Eliminatorias para los mundiales no existían por sí mismas, pero no lo reveló del todo.

Por eso, cuando la Hermana Rosa formuló su tradicional vaticinio, en aquel Argentina-Ecuador no anunció el marcador con certeza completa. Anticipó que Argentina vencería 2 a 0, con goles de Berti y de Hernán Crespo. En la cancha, concluyó 2 a 1 para los argentinos, con tantos de Ariel Ortega, del propio Crespo y de Aguinaga. Testigos que, con razón, ocultarán hasta la eternidad su condición de testigos detectaron esa noche a Fontanarrosa guiñando un ojo hacia alguna parte, presumiblemente a la Hermana Rosa, cuando se produjo esa leve distorsión intencionada entre su pronóstico y la chapa con la que las estadísticas incorporaron a ese partido.

Conviene, en consecuencia, hacerse preguntas. De manera que llegan las que, sólo por ahora, son las últimas: si las Eliminatorias sólo fueron creadas para que alguna vez se ocupara de ellas el talento de Fontanarrosa, ¿por qué concentrarse, entonces, en esas gambetas, en esos equipos, en esas atajadas, en esas camisetas?, ¿por qué si, al cabo, no importan? Porque las Eliminatorias no importan y acaso el fútbol tampoco importa. Pero lo que importa es eso que comprendió como nadie el socio de la Hermana Rosa: son un pretexto para ser felices.
Tan felices como somos, cuando hay Eliminatorias o cuando no hay nada, al leer y volver a leer al Negro Fontanarrosa.

Compartir esta nota en