Mastrángelo y mi papá


22 de julio de 2023

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por Ariel Scher

Mi papá creía y sabía que Héber Mastrángelo era extraordinario y cada vez que lo decía yo sabía y creía que el extraordinario era mi papá. Casi que ya mismo, no advierto bien con qué ojos, puedo verlos a los dos: a Mastrángelo, más bajo que alto, impregnado de la facha de uno que va a perseguir el mango a las seis de la mañana en el subte más que con los trazos de una figura pública, enfundado en la casaca de Atlanta y levantando un poco de tierra y mucho de la pelota para meter un gol después de acelerar desde la derecha hasta el centro del césped; a mi papá, que, cuando eso sucedía, desataba la sonrisa fresca que le perduraba de sus días de pibe futbolero y, con los lentes enfocados en la red que flameaba igual que una bandera importante gracias a Mastrángelo, envolvía con su mano grande y caliente mi mano de nene, una mano insuperablemente feliz porque esa mano grande y caliente lo estaba envolviendo.

También los puedo ver ahora ambos más adelante. A Mastrángelo, cubierto con las pilchas de River, de Unión o de Boca, en general durante el atardecer melancólico de los domingos y de vez en vez en las noches a las que seguía un amanecer de colegio, siempre ejerciendo de goleador mayúsculo. Y a mi papá, con la radio cerca y con mi mamá cerca, admirando invariablemente a Mastrángelo, avisándome que el tipo iba a hacer o había hecho algún gol, con la sonrisa de sus días de pibe futbolero aún fresca pero tornándose más adulta, con un mate entre los dedos si nos quedábamos en casa o con mis dedos entre sus dedos si, qué maravilla, nos subíamos a uno o a dos colectivos y me llevaba a visitar alguna tribuna.

El tiempo, ese jugador sin derrotas, se las fue arreglando para que mis ojos enfocaran hacia otras partes y que se me escaparan de la memoria cotidiana, como demasiadas cosas, aquellos goles y aquella sonrisa fresca de pibe futbolero. Hasta que un sábado de tantos me avisaron que el goleador se había muerto. De golpe, de nuevo sin advertir con qué ojos, volví a ver en algún viento cómo viajaban un poco de tierra y mucho de la pelota rumbo a una red. Y pensé largo en Mastrángelo y en mi papá. Ahora creo y ahora sé que eran extraordinarios los dos.

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