El fútbol aún espera el gol al arcoíris


30 de junio de 2021

Compartir esta nota en

por Roberto Parrottino

El argentino Germán Cano, de Vasco da Gama, levantó la bandera del Orgullo en Brasil, el país con la tasa más alta de asesinatos a personas LGBTQI+ en el mundo: uno cada 16 horas. El 24, número “prohibido” en la selección y los clubes brasileños, y la homofobia de Neymar.

La “Resposta Histórica” se exhibe en la sala de trofeos de São Januário, estadio de Vasco da Gama. El 7 de abril de 1924, después de ganar el Campeonato Carioca de 1923, el presidente José Augusto Prestes firmó una carta en la que Vasco se negaba a jugar en la primera división de Río de Janeiro sin sus 12 futbolistas negros y mestizos, todos trabajadores, choferes, pintores y conserjes. “No presentan las condiciones sociales adecuadas para la vida deportiva”, había señalado la Asociación Metropolitana de Deportes Atléticos. Flamengo, Fluminense y Botafogo tenían sólo jugadores blancos de la aristocracia. Excluido hasta 1925, la popularidad de Vasco da Gama creció en todo Brasil. En el siglo XXI, sin embargo, el fútbol todavía reproduce el racismo. Y también la homofobia.

Vasco da Gama jugó el domingo con una camiseta distinta: en lugar de la tradicional banda negra cruzada aparecieron los colores arcoíris del movimiento LGBTQI+. Vasco le ganó 2-1 a Brusque por el Brasileirão Série B. El primer gol lo marcó el delantero argentino Germán Cano: lo festejó levantando la bandera arcoíris del banderín del córner, un día antes del Día Internacional del Orgullo. Como en 1924, Vasco había sacado una “Resposta”. Esta vez contra la homofobia y la transfobia: “Vasco nació como un equipo de todos y lo seguirá siendo”. En 2019, de igual modo, São Januário se convirtió en el estadio de Brasil en el que por primera vez se paró un partido por cantos homofóbicos. De hinchas de Vasco a São Paulo. Argentina, Brasil, Chile, México y Perú recibieron sanciones de la FIFA por cantos homofóbicos durante las Eliminatorias a Rusia 2018.

Surgido de Lanús, Cano usa la camiseta Nº 14 en honor a La 14, la barra brava granate. En la selección de Brasil que disputa la Copa América en su país, nadie lleva el 24, un número que se sortea cuando el reglamento lo impide: lo asocian con la homosexualidad por el “Jogo do Bicho”, un bingo con animales cuyo casillero 24 ocupa el “veado” (ciervo), que suena a “viado”, como llaman despectivamente a un gay en Brasil. En 2019, apenas un futbolista de los 20 equipos del Brasileirão usaba el N° 24. Neymar, estrella de Brasil, fue denunciado el año pasado por llamar “viadinho” (pequeño gay) al novio de su madre. “Métanle un palo de escoba”, le dice a sus amigos en un audio filtrado por la prensa.

De los 274 futbolistas convocados a la Copa América, ninguno dijo públicamente que es gay. De los 624 citados a la Eurocopa, tampoco. En 2011, Manuel Neuer había dicho durante una entrevista con una revista alemana que los futbolistas homosexuales deberían decirlo porque los aliviaría. Neuer, capitán de Alemania, jugó partidos de la Euro con la cinta del arcoíris, lo que derivó en un debate sobre la diversidad sexual en el fútbol, más aún después de que la UEFA le abriera una investigación por considerarla “una acción política”. En Argentina, de los más de 20 mil futbolistas que jugaron en Primera, ninguno dijo ser gay. Cada vez hay más que hablan del tema, pero en el vestuario aún pesan el miedo, el desconocimiento, los prejuicios, las mentiras y los secretos. El arquero Nicolás Fernández, hoy en Universitario de la Liga Amateur Platense, es el único futbolista en actividad en Argentina que dio ese paso, en 2019.

“El fútbol es un lugar donde un hombre puede abrazar a cualquier otro hombre, y en ocasiones incluso besar, siempre que sea con motivo de un gol y un título. Fuera de estas circunstancias, los abrazos y los besos entre hombres no valen”, escribió la periodista Milly Lacombe en UOL. “Sólo un completo extraterrestre puede pensar que no existe, en un entorno tan lleno de hombres practicando sus masculinidades, homosexuales. Hay jugadores, entrenadores, árbitros y aficionados homosexuales. Pero sigue siendo una actitud compleja decir 'soy gay' públicamente”. Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, dijo en 2011 a la revista Playboy que prefería tener un hijo muerto en un accidente antes de que fuese homosexual. Desde hace una década, Brasil es el país con la tasa más alta de asesinatos a personas de la comunidad LGBTQI+ en el mundo. Según la ONG Grupo Gay de Bahía, hubo 4422 muertes entre 2011 y 2018: un asesinato cada 16 horas.

Emerson Sheik salió campeón de la Copa Libertadores 2012 con Corinthians. Metió los goles en el 2-0 de la final de vuelta ante Boca en el Pacaembú. Al año siguiente, subió una foto a una red social besándose en la boca con un amigo. Barras de Camisa 12 lo recibieron en el entrenamiento con banderas. “Este es un lugar de hombres”. “Viado não”. Emerson Sheik pidió “perdón” y aclaró que era heterosexual. “El día que salga del clóset -dijo años más tarde la ex pareja Antonia Fontenelle- será mucho más feliz. Se entenderá mejor a sí mismo como persona”. Douglas Braga, en cambio, llegó a debutar en Botafogo. Pero se retiró a los 21 años en 2003. Recibido de psicólogo, no volvió a jugar al fútbol hasta diez años después. Aún juega en el Beescasts Soccer Boys, un equipo amateur de una liga LGBTQI+ de Río. “Fue una decisión entre ser vos mismo o ser futbolista -contó Douglas Braga-. Simplemente no era posible ser los dos al mismo tiempo. Ese día en el que decidí que ya no jugaría, lloré mucho”.

Compartir esta nota en