Futbol para enfrentar el frío


30 de mayo de 2023

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por Ariel Scher

El Roto sabía que para algunos el invierno era el tiempo incómodo que transcurría entre el calor y el calor. También sabía que para otros era la ocasión de transformar un abrazo inocente contra el viento fiero de la tarde en un abrazo apasionado de noche feliz a favor del amor. Pero para él significaba otra cosa y de eso estaban enterados en el Bar de los Sábados, ese lugar que en cada estación albergaba sus charlas sobre goles y rutinas. El Roto sentía a los inviernos como la oportunidad para usar ropa hecha con redes de los arcos.

«Nunca falla», dijo, vestido con una camisa finita diseñada con la red de un antiguo arco del estadio de Wembley. Cerca suyo, el termómetro daba noticias heladas y el Gordo, un compañero, tiritaba bajo un buzo. «Nunca falla —insistió— porque lo que abriga no es ni la camisa ni la tela. Lo que abriga es el fútbol».

La teoría del Roto requería no quedar en un enunciado. Así lo pidió el Gordo, al tiempo que detenía temblores tragando un café encendido. El Roto no lo dejó sin respuestas: «En los inviernos de mi infancia, fui al fútbol. A veces había tormentas y otras veces llegaba aire polar. Mi papá me atrapaba con su mano caliente en las dos situaciones y yo nunca tenía frío. Más adelante, en la adolescencia, los inviernos en la cancha los templé sudando saltos de tribuna con los amigos. Y, ya más grande, la cancha de invierno se me volvió un espacio donde la vida es cálida porque al lado están los hijos, las hermanas, los sobrinos, los desconocidos y las desconocidas que por un rato son conocidos y conocidas. Imposible sufrir frío». Dos caricias hizo el Roto sobre las mangas de su camisa de redes de arco y después repitió: «Lo que abriga es el fútbol».

Una atmósfera de nueva tibieza reconfortó al cuerpo del Gordo. El Roto lo notó y le completó la confesión: «En realidad, lo que abriga no es el fútbol. Abriga la memoria, abriga la identidad, abriga el afecto. Nadie anda del todo desabrigado. Sólo hay que darse cuenta de cuál es el abrigo que le calza a cada uno». Enseguida, con el Bar de los Sábados como testigo, metió las manos en un bolsillo y le regaló al Gordo unos guantes hermosos. Estaban bordados con la tela de un banderín de córner.

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