Gol de Dostoyevski


10 de noviembre de 2021

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por Ariel Scher

Un viaje fantástico, por el juego y también por los golpes, de la mano -y del puño- de una de las plumas más brillantes de todos los tiempos, narrado por el no menos inigualable Ariel Scher.

Por Ariel Scher

 (Para Tamara, mi mamá, que leyó a Dostoyevski de pibita y desde entonces no paró de soñar)

En la cárcel, a causa de que las instituciones lo habían condenado por un delito y la sociedad había decidido volverlo escombros, Mike Tyson descubrió que unas cuantas de sus preguntas sin respuesta estaban en un libro. Todo le golpeaba los ojos y se los dejaba morados no por un piñazo sino por otro tipo de conmoción. De campeón a trapo sucio, de ídolo a maltratador, ese boxeador con puños arrasadores detectó que los vaivenes y las contradicciones de ser una persona brillaban y dolían en "Los hermanos Karamazov". Bueno, eso es inexacto. Brillaban y dolían en "Los hermanos Karamazov", pero, sobre todo, brillaban y dolían porque esa novela le pertenecía a un campeón más campeón que Tyson, un tipo capaz de desnudar los claroscuros de la humanidad como nadie antes y como poquitos o poquitas después. Puños llenos de nocauts al alma los de ese tipo. Qué tipo: Fiodor Dostoyevski.

Dostoyevski nunca vio pelear a Tyson porque, por algo, en estas horas el mundo anuncia que hay que interrumpir las extrañezas de la larga pandemia para celebrarle los 200 años. En Moscú, el 11 de noviembre de 1821, soltó las primeras de sus lágrimas como si le notificara al universo que venía a redefinir para que sirven las palabras y cuál es el objetivo de escribir historias. Tanto dijo y tanto dicen los textos de Dostoyevski que, aun siendo un narrador predeportivo (murió en 1881, casi medio siglo antes del primer Mundial de fútbol, por ejemplo) contó que la vida y las vidas pueden caber en su sentido entero en el acto de jugar.

"Los hermanos Karamazov", drama de aquellos, es la última novela de Dostoyevski. Ofrece un personaje (Iván, uno de los Karamazov) que, leído desde esta época, parece hablar del gol del Diego a los ingleses cuando asume que la geometría clásica no puede explicar las formas completas de la realidad. Acaso algo de eso habrá querido susurrarles Dostoyevski a los turistas que, en masa, lo veían vuelto estatua en las puertas del Biblioteca Estatal Rusa o Biblioteca Lenin cuando acudieron, más tentados por los partidos que por los libros, al Mundial de 2018.

Es que Dostoyevski era, en esencia, un jugador. "El jugador", precisamente, se titula una de sus obras más famosas, casi una confesión de que era un timbero imparable. Ahí sí, el juego funciona como la medida de todo. Y todo es todo: la existencia. Un siglo exacto antes del Mundial que Inglaterra ganó en Inglaterra o de que la tribuna de Racing enronqueciera cantando "es el Equipo de José", una frase de ese libro suena como si la pronunciara un hincha en domingo de ansiedades: "Usted ha renunciado a todo propósito que no sea ganar en el juego". El juego, que en la novela queda expresado en un paño lleno de números, condensa lo que un individuo es o puede ser. Cierto entrenador de la modernidad futbolera asentiría y repetiría: "Se juega como se vive". 

Si Dostoyevski descocó a Tyson y si Dostoyevski es recontranombrado en el planeta en estas horas a raíz de su bicentenario, eso resulta de la fuerza de su pensamiento y de la fuerza con la que ese pensamiento lleno de fuerza se transformó en tinta. Menos de un mes demoró el muchacho, apretado por un contrato que podía joderle el futuro, en desparramar los sacudones tormentosos que conforman "El jugador". Cierto que no constituye lo que un librero de esta era ubicaría en la mesa de los libros deportivos. No obstante, sería difícil encontrar algún lector o alguna lectora que no reconociera allí las pulsaciones que lo ligan con su deporte favorito: es una literatura de glorias y de abismos, de principios y de resignaciones, de contradicciones y de lealtades. Más de un deportista suscribiría esa caracterización. El ex futbolista Gennaro Gattuso, por dar un caso, procuraba aplacar sus angustias sumergiéndose, un rato antes de salir al campo, en otras angustias, las que Dostoyevski había encendido en las páginas de sus creaciones. 

De eso puede charlar extenso otro ruso y de este tiempo. Aleksandr Kokorin, delantero de la Fiorentina, propietario de más recursos para el fútbol que de modales amables, hizo la de Tyson: se enganchó con las tramas insoltables de Dostoyevski en prisión. Había ido a parar detrás de las rejas luego de que le imputaran un ataque a sillazos a un funcionario público que lo había cuestionado. Ex integrante de su selección, todavía está lejos de ocupar el centro de la escena en el calcio, pero su notoriedad sobre el césped y sus escándalos afuera de él demostraron que los títulos emblemáticos de Dostoyevski continúan siendo útiles. "Crimen y castigo", publicada en 1866 en una revista por entregas y después formateada como libro, no posee empate como novela. Y encima retrata en su título eso que le sucede a Kokorin, un treintañero que pretende regresar a hacer goles.

Para evidenciar que merece un certificado de dulce conducta, Kokorin debería posicionarse como heredero de una figura del fútbol de España. A Manuel Fernández Fernández, bastante más conocido como Paíñho, no sólo lo alzaron rumbo a la notoriedad sus goles en el Real Madrid y -notable doble condición- los que convirtió tanto en el Celta como en el Deportivo La Coruña. Oriundo de Vigo, luminoso en las décadas del cuarenta y del cincuenta, clavaba las pestañas en Dostoyevski, con una valentía para aplaudir, durante la etapa en la que ese placer perduraba prohibido por el franquismo. Algún costó pagó: "Ser de izquierdas me impidió ir al Mundial de 1950". Cuando Paíñho murió, en 2012, el periodista Juan L. Cudeiro recordó en el diario El País que el periódico Arriba, alineado con la dictadura, lo había etiquetado con algo que sonaba a crucifixión, pero para él significaba un honor: ¡Qué se puede esperar de un futbolista que lee a Tolstoi y a Dostoyevski!".

Ingeniero militar, creador de capítulos en los que emergen espadachines y tiradores, Dostoyevski le hizo lugar al boxeo en "El idiota", aunque atribuyéndoselo a alguien menos demoledor que su lector Tyson. El subteniente Keller se la pasa reivindicando su dominio del ring. Y lo enuncia directamente en una de sus intervenciones: "El boxeo inglés no tiene secretos para mí". Además, aparece el ajedrez porque el protagonista de "El idiota" -altísima jerarquía monárquica, altísima tontería- termina vencido en menos de un suspiro en una partida. Como localizó el experto en ajedrez y literatura Sergio Negri, otra alusión a los tableros se cuela en "Memorias del subsuelo", también clásica publicación de Dostoyevski. Potente síntesis esa: "El hombre es un ser versátil, y es posible que, como al jugador de ajedrez, le guste sólo la acción, sin importarle el objetivo que se puede alcanzar".

Las letras de Dostoyevsky incluyen caballos tan vitalmente descriptos que triunfarían en los hipódromos de estos días. De todas maneras, ningún caballo lo conmovió más que uno nada literario pero muy útil que trajo la orden para que, ya apuntado por un pelotón, fuera cancelado su fusilamiento por ser parte de conspiraciones contra el zar Nicolás I. Se ve que la literatura inspira a más literatura. "Messi fue Dostoyevski" abrevió en una crónica estupenda el gran Pablo Calvo, un periodista que falleció este año y que asoció aquella situación agónica con la también agónica clasificación de la Selección Argentina y de su crack para los octavos de final del Mundial ruso ante Nigeria y en San Petersburgo, la ciudad donde Dostoyevski murió. Aquella crónica sobre Messi resiste y emociona: "A cada tropiezo que se le presenta en el camino, aquí en Rusia, agacha la cabeza, se tapa la cara, siente angustia. Pero, igual que Dostoievski, revive".

Suena hermoso. Tanto como lo que representó el hallazgo de Dostoyevski para Leonardo Di Lorenzo, ex futbolista desde hace apenas una temporada cuando cerró su carrera en Temperley: "Yo empecé a leer ficción de grande. Uno de mis primeras novelas fue 'Crimen y castigo'. Cuando la leí, me cruzó la sensación de haber encontrado algo que andaba buscando, aunque no estuviera en una búsqueda consciente de eso. Había ahí algo de la condición humana que no había detectado en ningún otro lugar. Fue un antes y un después. Luego pasé por "Los demonios", "Los hermanos Karamazov", "Noches blancas" y unos cuantos cuentos. Seguro que es uno de mis autores favoritos". 

Inmenso escritor. Lo suficiente como para que, a pesar de que ni pisó una canchita, se le pueda cantar el "felices 200" con una pelota entre los pies. "Sólo la belleza salvará al mundo", avisó Dostoyevski. O sea que el mundo y, como parte del mundo, el deporte, tiene motivos gigantes para seguir leyéndolo del único modo en que es posible leerlo: con la piel estremecida y con el corazón a pleno.

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