Las medialunas de Courtois


28 de mayo de 2022

Compartir esta nota en

por Ariel Scher

La nueva conquista europea del Real Madrid, bajo la mirada de Ariel Scher

A esta hora, el mundo trata de explicar al Real Madrid.

Centenares de entrenadores de labia sutil desmenuzan con gracia y con erudición cómo se puede ser campeón de Europa sin ser especialmente mejor que el subcampeón de Europa.

Millares de periodistas de idiomas infinitos enhebran hipótesis que, en algunos casos, operan como meras justificaciones de un resultado y que, en otros, pretenden desentrañar las claves de una final que, como tantísimos partidos, pudo acabar distinto pero acabó como acabó.

Incontables personas pronuncian las palabras que pretenden abarcar las razones por las que unos muchachos vestidos de blanco reiteran su ritual de celebrar delante del universo: mística, oficio, suerte, historia, nombre, peso, confianza, misterio, tradición, convicción, grandeza, Champions. Todas palabras certeras. Vaya a saber si suficientes.

Modestamente, lejos del saber concentrado en centenares de entrenadores, en millares de periodistas y en incontables personas, va otra argumentación hallada en Buenos Aires, durante la tarde del sábado, apenas media hora después de que el Real Madrid venciera al Liverpool por 1 a 0 y en París.

Ocurrió en la panadería de la vuelta de la esquina.

-Medialunas, una docena.

Tres generaciones de permanencia en la Argentina no habían mellado en absoluto la cadencia española del habla de la señora que oyó el pedido.

-Has visto: ganamos-, dijo con una sonrisa en la que cabía la copa que los jugadores de su equipo alzaban sin parar.

-Sí, ganaron.

La panadera de la vuelta de la esquina estaba dichosa. Y locuaz mientras señalaba hacia la tevé que la acompañaba:

-Suerte que viniste hoy, están buenísimas las medialunas. Parece que las hubiéramos hecho con las manos de Courtois.

A su espalda, el trabajo del hábil editor de algún canal evidenciaba que, en el arco del Real Madrid, el belga Thibaut Courtois había esculpido un partido en el que habría atajado un millón de medialunas si se las hubieran tirado desde todos los rincones del planeta que dispusieran de un poco de harina y un poco de voluntad de hacer el pan.

"Parece que las hubiéramos hecho con las manos de Courtois", le repitió la panadera, con una felicidad de las que no se esfuman, al cliente posterior. Con la primera medialuna en tránsito hacia el esófago, quizás sea posible concluir en que el fútbol es un juego de asombros en el que, demasiadas veces, no es fácil comprender nada. Y que otras veces ofrenda la respuesta a la vuelta de la esquina.

Compartir esta nota en