La mirada para siempre


24 de noviembre de 2021

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por Ariel Scher

Esa mujer y yo acabamos de enterarnos de que murió Diego Maradona.

Por Ariel Scher

 
Esa mujer me mira como nadie me miró nunca y como nadie me mirará nunca. Lo sé para siempre desde este instante. Lo sé como se saben las poquitas cosas que de verdad se saben. Lo sé porque esa mirada me envuelve la mitad de los huesos, tres cuartos de mi adolescencia, bastante de mi adultez y mucho de lo que me importa. Lo sé porque me mira, me mira, me mira y, mientras me mira, la tierra tiembla, y el aire tiembla, y la ventana de la casa de enfrente que está cerrada tiembla, y el bar de la esquina tiembla, y ella tiembla, y yo, sobre todo yo, tiemblo.

Esa mujer y yo podríamos tener una existencia compartida, o un desprecio compartido, o un equipo de fútbol compartido o un brindis compartido, o acaso un antes o un luego compartidos.

Pero no tenemos eso. Ni eso ni la mitad de eso ni nada de nada de eso.

Esa mujer me mira como nadie me miró nunca y como nadie me mirará nunca y eso sucede porque este día que iba a ser cualquier día se transforma en un día como no habrá otro día entre los días.

Esa mujer me mira como nadie me miró nunca y como nadie me mirará nunca. Avanza sola, con la bolsa de las compras colgándole como un peso infinito entre los dedos diestros, dando pasos que ni parecen pasos. Y, de golpe, llora. Llora un montón.

Yo, que vengo de alguna parte, entonces la miro como tampoco nunca miré a nadie y como tampoco nunca miraré a nadie. Y, de golpe, lloro. Lloro un montón.

Esa mujer y yo no volveremos a vernos pero interpretamos que nos acordaremos del otro y de la otra hasta que se extingan los relojes. Comprendemos, en un segundo, que estamos unidos por los tiempos de los tiempos.

Es, más o menos, el mediodía del 25 de noviembre del 2020.

Esa mujer y yo acabamos de enterarnos de que murió Diego Maradona.

Después de mirarnos como nadie nos había mirado nunca y de mirarnos como nadie nos mirará nunca, ni nos consolamos ni nos frenamos. Esa mujer y sus lágrimas se van para allá y mis lágrimas y yo nos vamos para acá.

Y acá, como si esa mirada me siguiera mirando, como si Diego Maradona se las arreglara para que ciertos temblores jamás puedan agotarse, intuyo que esa mujer ahora está llorando de nuevo y, también de nuevo, me pongo a llorar.

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