Nico, el crack de las hermandades


12 de agosto de 2022

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por Ariel Scher

Nicolás Nicoloff, quien murió el jueves 11, fue un notable jugador de handball y un maestro de muchas personas y de muchas cosas. En la canchas, brilló en AFALP -el club con el que salió campeón local y sudamericano y en el que ejerció como entrenador y director deportivo- y en la Selección Argentina, con destacadísimas actuaciones en Los Panamericanos de ese deporte que se hicieron en 1981 y 1985. A partir de sus aprendizajes deportivos, se transformó en un formador relevante en la Argentina y en Francia, donde se radicó. Este texto narra una vida extraordinaria. Narra a un verdadero campeón.

(Se fue Nicolás Nicoloff, un hermano)

Nico era crack en todo, pero nunca tan crack como cuando decía la palabra "hermano". En eso consistía su especialidad: un hermanador, un hermanista, un árbol de ramas expansivas en el que cabían la luz y la generosidad, una cantimplora sin fondo para guardar afecto, un escultor de redes sociales tangibles y nada virtuales a través de las que promovía que sus hermanas y sus hermanos, montones de personas de tribus y de geografías multiplicadas y hasta insólitas, se conocieran, se entendieran, se quisieran y, desde luego, se hermanaran.

Nico pronunciaba como nadie la palabra "hermano" -o "hermana" o "hermanito"- porque interpretaba a las personas y al mundo como hermanos. Porque vivía hermanada y hermosamente.

Un hermano, por ejemplo, de la troupe del handball, su deporte dilecto en el que la rompió como jugador de la Selección Argentina. Por ahí andan sus tiros suspendidos para reiterar vueltas olímpicas con los colores de AFALP, el club de Lomas del Palomar en el que aprendió de goles y de fraternidades, yendo y viniendo por el barrio en el que se afincaba el hogar que su mamá y su papá, migrantes búlgaros, construyeron para sembrar calidez. Por ahí circulan, además, sus vuelos como wing derecho en el Luna Park, en el glorioso Panamericano de 1981, para que la celeste y blanca venciera en algún partido de asombros, o para filtrarle un pase a Luis Simonet (claro, el padre de los tres pibes que unas décadas después serían estrellas) o para flamear los rulos inacabables de su melena y hundir un pelotazo en el rincón adecuado de la red.

Un hermano de su hermana melliza y entrañable, Dora, y un hermano mayor de muchachitos que lo erigieron como una referencia sin que Nico (o Niqui, de acuerdo con lo que le sonara a cada uno de los muchos grupos a los que constituyó como parte y como arte) tuviera ni la más mínima aproximación. Le ocurrió a Waldo Kantor, voleibolista genial, que atisbó a Nico en la juventud más joven, lo perdió de vista por decenios y nunca dejó de considerarlo como alguien que marcaba el camino, el buen camino, colecciones de caminos. Le sucedió a Ramiro González Gainza, uno de los más lúcidos expertos en juego que posee la Argentina, quien maduraba como incipiente profe de educación física entre las magias y las dificultades de Ciudad Oculta y se topó con ese maestro desenfadado que le desentrañó para todas las épocas que educar es transformarse para transformar y transformar para transformarse. Le pasó a Guillermo Virués, otro transitador sapiente de los rectángulos del handball que tornó en docente y escritor y que labró una novela en la que brota una pareja de mellizos: el varón es atleta y se llama, honor y poesía al unísono, Nicolás.

"¿Qué contás, hermano?", arrancaba, invariable Nico, cualquier charla mientras desparramaba su lluvia de abrazos con la también invariable sonrisa que diseñó en la edad temprana durante la que le ganó a un primer cáncer. Su parva de hermanos y de hermanas ya incluía, por entonces, a quienes le descorrieron las ventanas de la conciencia y del compromiso para hacer de su tierra y de la Tierra no un lugar un poco más más justo sino, decididamente, sin cortinas de humo, un lugar justo, justo, justo. Ni una confusión ahí: hermana, hermano, hermanito, hermanita, todos y todas, en la fortaleza e, inclusive, en la debilidad o en el tropiezo. Todos y todas menos los hijos de puta que lucran encima del dolor y del sudor del resto.

A Nico le pareció que, en esas búsquedas, no resultaban suficientes ni las voluntades ni las ideas centrales y quiso estudiar después de estudiar. Profesor de Educación Física, formador de las caricias iniciales a mil deportes de mucho más que mil chicas y mil chicos, erudito en campamentos y en colonias vacacionales a las que les cavaba su huella, se le estacionó trunca la carrera de Sociología en Buenos Aires. Sacudones de la existencia de por medio, intentó y logró desarrollarla en París y en las curvas últimas del siglo veinte. "Gracias, hermanito", le tributaba, voz de fumador y de barítono en el mismo eco, a los catedráticos que atestiguaron cómo el wing de las canchas de Palomar se convertía en Máster de Sociología en La Sorbona, una chapa que a Nico le significaba bastante menos que el hallazgo del perfume excelso del pan francés o que el fulbito semanal con los torrentes de exiliados que las dictaduras latinoamericanas habían depositado a demasiada distancia de sus casas y a quienes, ni hablar, definía como hermanos y como hermanitos.

Gracioso, cabrón en ocasiones, envolvente, Nico representaba una exageración del amor. O al revés: la certificación de que hay quienes les escupen el asado a aquellos que hacen del planeta una feria de mezquindades. Le salía fácil querer a multitudes. Y a seres bien específicos. Desde 2003 en adelante, lo asumía con una frase: "Lo mejor de mi historia me pasó mientras comía con un hermano". Y es un millón de veces verdad pese a que, en rigor, correspondería afirmar que lo mejor de su historia empezó en 2003 mientras comía con un hermano. Empezó y no paró. Comía, cierto, en una fonda de Place d'Italie -París, París, el costado de París dentro del que Nico residía en media pieza de alquiler- con un hermano porteño que había desembarcado a visitarlo. Al costado se sentaron dos damas. Galán sin teleteatro, seductor hasta del aire, Nico se encandiló con una. Tanto que ni siquiera le espetó el clásico "hermanita" porque el flash lo había estancado semimudo. Las damas partieron pero, misterio precioso, unas semanas más tarde él la detectó en los bordes del río Sena y no se separó de ella jamás. Vero, maravillosa, fue, desde entonces, su compañera, su socia, su emoción, su pasión, su boda, su familia, su alegría consecutiva, su despertar, la abuela del nieto que vio el sol un poco antes de la pandemia y que Nico alzó deslumbrado con sus músculos de ex handballero para no soltarlo.

A Nico le encantaba parlotear sobre fútbol y sobre proyectos con su hermanito Juan Pablo Sorin, y sobre músicas con su hermanazo el Pájaro Canzani (el talentoso uruguayo de Los Jaivas, el del tema de la Copa América de 1995, el autor de una canción flamante para Nico que traslada a la sensibilidad arriba de la sensibilidad), y de más música o de lo cotidiano con su hermano Javier Estrella (el hijo de Miguel Ángel Estrella, a quien Nico admiraba en cada tecla y en cada palabra), y de la pertenencia fragmentada en dos orillas del Atlántico con sus hermanos Lalo y Topo, y del aroma de los vinos y el sabor de los placeres con su hermano chileno y biólogo Edgardo Ugarte, y de los viejos triunfos con los jugadores de handball, y de las anécdotas del pasado y de las ilusiones que cobija el porvenir con sus más que hermanos Adrián Rozengardt y Hugo Pasquale (otro compañero de las vísceras del handball, otro músico que lo homenajeó con una canción tan transparente que hasta la garganta de Nico truena en mitad de unos compases: https://youtu.be/lNGKw62uvgI ), y de lo que permanecía y lo que cambiaba con la anchísima legión de sobrinos/sobrinas/ahijados/ahijadas no sanguíneos/as pero muy sobrinos/sobrinas/ahijados/ahijadas que albergó como tío, padrino y por supuesto que hermanón en el departamento de Chatenay-Malabry que Vero y él dispusieron de puertas abiertas, y de lo que fuera o lo que no fuera con tantísimos y tantísimas que no entran ni en estas líneas ni en ningún espacio. Infinito Nico: en algunos ratos, su hermanitud galopante y preciosa inducía a evaluar si las Naciones Unidas no deberían contratarlo para ser, por fin útiles. O si, más sinceramente, las reales Naciones Unidas eran eso que habitaba en el corazón socializador y grandote de Nico.

Toda esa gente y también mucha más disfrutaba de que Nico garantizaba diversión al cuadrado más allá de que los días amagaran con disfrazarse sólo de sombras. Abundaba esquina, chispa, payasada, vocación de fiesta, pasión. Era capaz de colarse en el palco principal de Roland Garros, de hacerse amigo de Víctor Hugo Morales en un transporte, de inventar el juego exacto para que el pibe más caprichoso de un verano aceptara lo que sea, de morder la muzzarella de Guerrín y afirmar que está eso y recién luego el paraíso, de destaparle dos risas a una mina que se había propuesto congelar los labios, de acelerar París en moto a la hora que nadie acelera ni en moto ni en París, de proponer y realizar unos cuantos delirios que merecen perdurar en secreto, de mirar fijo al sol e invitar a mirarlo con él. Cada quien que se dio el gusto de tratarlo ensanchará esta lista hasta fronteras desopilantes y humanísimas.

La chapa de La Sorbona no le importaba pero el destino de los pueblos sí y, entonces, Nico escogió que su tiempos franceses transcurrieran trabajando con las comunidades que una realidad progresivamente desigual ubicaba en la intemperie social y económica. Era un pedagogo del carajo, convencido de que al barro se lo respira y no se lo enfoca con telescopios y, más todavía, de que cada chiquito y cada chiquita valen el esfuerzo y la pena. Tanto involucramiento lo golpeaba seguido, lo estremecía seguido y lo entusiasmaba seguido. Esos chiquitos y esas chiquitas que recibieron las imaginaciones, los laburos y los latidos de Nico establecieron vínculos de los que no se esfuman con ese hombre que había llegado desde lejos y al que sentían muy cerca. Prueba entera de esos lazos: algunos y algunas se educaron en una larga trama de cuestiones y, además, en deletrear la palabra "hermano".
 
Los dos años y pico de la enfermedad que, al cabo, se lo llevó los surcó con su sello: dando pelea, entregando esperanza, rodeado de hermandades y hermanando almas. No le sacó el ojo al deporte -en el que tanto creía- y a las mugres que lo recubrían -y que tanto lo asqueaban- y dio entrevistas sobre esos asuntos (https://deporteanews.com/nicolas-nicoloff-messi-es-un-fenomeno-que-representa-esperanza/ ), reivindicó su comprensión profesional en una conferencia magistral sobre sus experiencias contra el punitivismo pedagógico que despabiló a públicos de varios continentes, prologó con letras de ternura el libro de ensayos "Para la libertad" y dio debate y esparció sueños apostando por la campaña de Jean-Luc Mélenchon y por el margen izquierdo de la política francesa en una edad hostil para la palabra "igualdad", una palabra que a Nico lo cautivaba casi como la palabra "hermano". Ni una sola noche se desligó del futuro colectivo bajo el pretexto de que su futuro particular se evidenciaba jodido.

Hace unos días carcajeó y aceptó al oír que Zequi, uno de sus sobrinos/ahijados, sentenció que alguien que había recorrido el espinel que va de wing inspirado a educador transgresor era, a la vez, alguien que no vivió una vida y sí muchas, muchas valiosísimas vidas. Hace unos días lagrimeó y aceptó cuando Juli, otro de sus ahijados/sobrinos, le mandó una brevedad de Fontanarrosa de regalo y ese regaló implicaba develar "así de grandioso sos vos, hermano Nico". Hace unos días, sin resignar ni una sola de sus profundidades y ni una sola de sus identidades y ni una sola de sus hermandades, halló las rutas para regalarle algún adiós, esquivando la tentación de la solemnidad, a sus hermanas y a sus hermanos de muchas partes.

Chau, Nico inolvidable. Gracias por recordarnos en cada pavada y en cada trascendencia para qué estamos despiertos. Te despedimos con una pelota de handball pegada a los dedos, o con el pu?ño izquierdo bien alto, o a plena clase en un aula ignorada, o insultando a la muerte, o llorando sin final, o brindando por los encuentros dulces que ojalá se eternicen como memorias dulces, o con una foto tuya, o descubriendo que estás aunque te vas.

Te quiero, te queremos, te voy y te vamos a querer. Seguro que siempre fuiste un hermano. Ahora sos un hermano para siempre.

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