Vida de uno de tantos


01 de septiembre de 2022

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por Ariel Scher

Él era Uno de Tantos porque había andado el recorrido de tantos y tantos. Unos cuantos años antes, había salido a cruzar la Tierra con un equipaje que también era el de tantos y tantos: una pelota pegada al pie y una vocación de futbolista esplendoroso. De nuevo lo de tantos y tantos: el final de aquel recorrido lo encontró sin resonancia y sin dinero, sin que un solo centímetro de su piel se hubiera vuelto tapa de revista y sin una dama bien escotada que le mimara la espalda. Otra vez lo de tantos y tantos: ahora Uno de Tantos estaba de vuelta en el lugar desde el que había salido. Y salvo cierto aire de frustración en las pupilas, no tenía nada distinto que cuando partió.

Uno de Tantos se cruzó con mil caras y con ningún afecto cuando apoyó el cuerpo en la estación de ómnibus de su ciudad. Hubiera pagado por detectar que una multitud repetía su nombre, que en diez carteles flameaba la palabra «bienvenido» y que doscientos chicos le gritaban «campeón». No podía hacerlo por tres cosas: para pagar, no tenía plata; para que le tributaran recepciones hubiera hecho falta que alguien quisiera verlo; y para que le dijeran «campeón» debería haberlo sido. De modo que, como tantos y tantos, Uno de Tantos avanzó por las calles únicamente acompañado por sus soledades.

Encontró algunas marcas de su historia en la escuela en la que las maestras le enseñaron el abecedario mientras pensaba partidos. Pero, en general, Uno de Tantos caminó los sitios de su pasado hasta certificar, igual que tantos y tantos, que el tiempo es un rival que derriba demasiadas cosas.

Esas búsquedas del regreso arrimaron a Uno de Tantos hasta la cancha en la que se hizo jugador. Estaba casi como la había dejado, con dos equipos que trataban de ganar. Un muchacho lo miró rápido, lo vio quieto y le soltó dos palabras: «¿Quiere jugar?». Uno de Tantos intentó contar los abismos de su existencia, pero balbuceó seis segundos. Fue una vacilación decisiva: para cuando abrió la boca, la pelota ya le bailaba en un pie.

Hizo una buena gambeta y escuchó que esa gambeta generaba una pregunta. «¿Y ese quién es?», interrogó alguien. Uno de su equipo respondió como si nada: «Uno de nosotros». El escuchó fascinado, pisó la pelota y se animó a otra gambeta. Sabía dos cosas: la primera era que estaba donde debía estar; la segunda, que ya no era uno de tantos.

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