El libro que es el fútbol


18 de noviembre de 2021

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por Ariel Scher

Por Ariel Scher

Jorge Valdano expandió los ojos tan grandes o más grandes que en la final del Mundial mexicano durante la que vio rodar una pelota desde su pie derecho hasta la red. Aquella vez de 1986, esos ojos casi no podían creer que, de verdad, llevaba puesta la camiseta celeste y blanca y estaba encaminando a la Selección Argentina rumbo al campeonato más soñado. Esta vez, en el final de 2001, de nuevo, no podía creer lo que enfocaba: entre las manos, le brillaba, por fin, su ejemplar de un libro entre los libros, o sea "Literatura de la pelota", de Roberto Jorge Santoro.

Poeta, trabajador de prensa, pintor de brocha gorda, preceptor de escuela secundaria, feriante, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, Santoro publicó en 1971, hace medio siglo, ese volumen que constituyó la primera gran antología en la que queda transparentada que la imaginación literaria y la imaginación futbolera sabían abrazarse en la Argentina. Igual que muchos y que muchas, en el curso de varios lustros Valdano buscó esas páginas sin fortuna, a lo sumo haciéndose de unas fotocopias mientras les susurraba a sus amistades que no olvidaran que en su biblioteca había un agujero y que el agujero persistiría hasta que "Literatura de la pelota" viniera a poblarlo. La dificultad para disponer de esa obra carecía de misterios: del libro había escasos rastros porque al autor, uno de 30.000, lo había desaparecido la más salvaje de las salvajes dictaduras que padeció el país.

El 1 de junio de 1977, justo un año antes de la inauguración del Mundial de 1978, a Santoro lo secuestraron en la escuela donde tenía empleo. Hasta ese instante, aun en medio del horror, escribió maravillas y latió bajo las cadencias de la pasión del fútbol, en especial atento a lo que ocurría con su entrañable Racing. "A todos los que fueron compañeros de equipo y al Racing Club" consignó, precisamente, en la dedicatoria de su poema "El fútbol", publicado inauguralmente en su libro "De tango y lo demás" y republicado como aporte suyo a "Literatura de la pelota". Qué belleza esos versos, una música, casi un partido contando partidos: "bailarín, con un pie mareador/ silbador/ quien lo ve/ toca de a poco/ en caricia/ le pone el cuerpo al ballet/ levanta el balón/ lo empuja/ si lo resbala/ lo mima con una gana/ lo enrolla con otro pie".

"Literatura de la pelota" salió sin resonancias y sin respaldos. El universo periodístico tradicional ejerció la ceguera. Apenas una nota del entonces joven Osvaldo Soriano -paradójicamente o no, alguien que se volvería merecedor de ser parte de cualquier compilación de fútbol y literatura a partir de los ochenta- en el diario La Opinión notificó que esa originalidad llegaba a algún estante de alguna librería. Otro universo, el editorial, le dio la espalda porque, al cabo, en un contexto habitado por prejuicios múltiples, retumbaba a disparate el intento de "mezclar" los goles con los textos.  "Por supuesto, los editores quedaron en el camino", asumió Santoro en la introducción de ese libro tras caracterizar el comportamiento del sistema empresario-editorial con un golpe a la mandíbula al hablar del "precioso tiempo de los hombres que esperan detrás del escritorio, hacer un buen negocio con el sudor de los otros". Lo editó el sello Papeles de Buenos Aires, una de las movidas autogestionarias y cooperativas de Santoro, siempre promotor de las construcciones colectivas, siempre decidido a cambiar la realidad injusta, siempre distante del marketing personal.

Cuesta descubrir si esa mirada aguda sobre la industria editorial gravitó o no para que la segunda edición de "Literatura de la pelota" recién brotara en 2007, a través de Ediciones Lea, con una tapa en la que el pintor Pedro Gaeta, amigo y socio de andanzas de Santoro, ofrendó un cuadro en el que se cruzan un futbolista de Racing (por Santoro) y otro de Independiente (por su pasión por el Rojo). El estudio preliminar lo confeccionó la ensayista Lilian Garrido, en lo que conforma una biblia tierna y profunda para introducirse en Santoro, a quien frecuentó cuando era una pibita y la presentación la firmó Alejandro Apo, quien suele develar que su programa radial "Todo con afecto" surgió inspirado en "Literatura de la pelota". Desgranó Apo: "En esas páginas encontré todo lo que significa la pasión por el fútbol, la dignidad conmovedora del juego y el homenaje inclaudicable a la lucha". Tal cual. Inmenso Santoro: fatigó archivos, desandó bibliotecas, preguntó a gentes futboleras y a gentes que no lo eran y, al final, evidenció que reunir literaturas y pelotas no se trataba de un disparate. Había toda una historia. Y esa historia estimuló un futuro. Muchos de los libros que llegaron después, esos que hace rato patentan que el fútbol opera como un llavero para abrir las puertas de la escritura y de la lectura, son hijos de aquel libro fundacional.

¿Una historia? Sí, desde luego que una historia. En "Literatura de la pelota" componen el equipo tanto una frase del antifutbolero Jorge Luis Borges como un fragmento largo de Leopoldo Marechal en "Adán Buenosayres". O una crónica de Roberto Arlt y unos versos de Baldomero Fernández Moreno más otros de Vicente Zito Lema. Hay Ernesto Sabato y hay Juan José Manauta. Hay Celia Paschero y hay Nira Etchenique (adentro de una joya poética en la que el fútbol permite pintar la porteñidad: "un aire futbolista irá diciendo/su grito valvular por los camiones"). Hay teatro futbolero de los años veinte y hay contribuciones vanguardistas de los tipos con los que Santoro se dedicaba a soñar y a ejecutar proyectos. Y hay algo más relevante todavía: la idea. Esta idea: "Se quiere demostrar aquí que 'los ajenos' al mundo del fútbol saben dar su patada lírica por ser esta manifestación cultural uno de los fundamentos o sostenes de sus vidas".

Y eso es mucho pero no es todo. Porque, además, fluye, sacude, desmitifica esta otra -esencial- idea: no es cierto eso de "lo culto" por un lado y "lo popular" por el otro. “Para escribir, es necesario conocer el idioma. Un poema, perfecto en su forma pero sin contenido, no sirve. Un poema, mal escrito aunque su tema sea revolucionario, tampoco importa. Es necesario combinar la forma y el fondo para acercar la verdad con la belleza”, aseveró. Santoro desnudó la condición falaz que supone divorciar a lo culto de lo popular. Al contrario, sin pronunciamientos pomposos, dejó en claro que la palabra le pertenece a la humanidad y que el fútbol le pertenece a la humanidad. Por eso en "Literatura de la pelota" emocionan las estrofas de los maestros del tango y de unos cuantos cracks de la prensa deportiva. Y, también por eso, todo el capítulo final está destinado a los cantos de las hinchadas. Espanto para elitistas: ¿Borges y la tribuna en el mismo libro? Sí, eso. Una definición ideológica de lo que es la cultura. Y de lo que era y es Santoro.

Ese capítulo último se paladea como un manjar. Santoro oyó y recuperó la poesía que emergía desde miles de voces que aceleraban la garganta al compás del corazón. Lo logró, de mínima, con dos recursos que lo retratan. El primero: palpitar atento a los ecos de la existencia y avanzar por esa existencia pleno de curiosidad, con un papel y un lápiz invariablemente disponibles para anotar cantitos y mucho más que cantitos. El segundo: respirar el tablón, ser un hincha entre los hinchas, saltar y gritar ahí porque ahí, aunque no sólo ahí, salta y grita el acto de vivir.

Respirar el tablón, seguro. Respirarlo como una patria que no invalida ni la literatura ni la política sino que hasta puede potenciar lo que se dice y lo que se hace en la literatura y en la política. Santoro nunca cedió en su tenacidad poética ni en su práctica militante y tampoco se permitió diluir la fe racinguista. Una entre esas cien pruebas: interrumpió los encantos de la luna de miel con su compañera Dolores para ir y volver al Cilindro de Avellaneda a causa de un domingo con partido. Este año, Neneca, su hermana, se topó con otro hallazgo: las figuritas del plantel de Racing diseñadas por el propio Roberto.

En 1975, El Gráfico sacó un hermoso libro que articuló memorias del juego con grandes textos. Se llama "El maravilloso mundo del fútbol" y se torna más maravilloso porque incluye un poema de Santoro titulado "Sí sí señores":  "Aunque estés parado/ sobre un almuerzo de apuro/ y abandonado de la muerte y el laburo/ cuando la forma del mundo/ que rebota/ se va a esconder en la trampa de la red/ como pelota/ te alcanza que la tarde quede ronca/ para olvidarte de la mufa y de la bronca./ Si hasta los ángeles petisos/ te acompañan/ bajando a gritar desde los frisos./ Tu vida va en el puño/ caliente como el sol/ y el cuore está golpeando/ gol gol gol".

La cátedra aún adeuda trabajar sobre la riqueza expresiva de Santoro y, más todavía, sobre la coherencia entre su arte y su compromiso político. Una ruta valiosa que repara esa ausencia reside en el estudio preliminar que enhebró Rosana López Rodriguez para la "Obra poética completa", librazo de Ediciones RyR de 2013, el único modo de leerlo. Allí se encadenan sus creaciones desde 1959 hasta 1977. Larga obra en la que se ocupó desde los verbos hasta la impresión: “Al principio, mis manuscritos entraban por las puertas de las imprentas tradicionales y de ellas salían transformados en libro. Con la excepción de haberlos escrito, yo no tenía nada que ver con la realización. Hasta que me di cuenta de que había que poner manos a la obra. Esto quiere decir: comprar el papel, realizar el armado de las carpetas o de las cajitas de cartón, compaginar la inclusión de hojas escritas y dibujos –los pintores acompañan la tarea-, tomar mate mientras se trabaja, es decir, asociarse para derrotar los costos elevados, la mufa de las imprentas. Formar un grupo de trabajo". La "Obra poética completa nuclea “Oficio desesperado”, “De tango y lo demás”, “El último tranvía”, Nacimiento en la tierra", "Pedradas con mi patria", “En pocas palabras”, “A ras del suelo”, “Desafío”, “Uno más uno humanidad”, “Poesía en general”, “Cuatro canciones y un vuelo”, “Las cosas claras”, “No negociable” y otros materiales inéditos. "Aquel poeta que siempre estuvo volcado hacia los otros, que siempre fue plural", lo define López Rodriguez. Todo lo que generó porta esa huella. "Literatura de la pelota", también.

Más despacio que con vértigo, los tributos a Santoro se cristalizaron desde los noventa. En Chacarita, su barrio, una plazoleta luce su nombre. Lo mismo sucede con un centro cultural en Avellaneda y con el archivo de las escuelas de periodismo Tea y Deportea, un homenaje a esa capacidad indetenible de hurgar y de encontrar. En el colegio del que se lo llevaron, la imagen de Santoro, pintada por estudiantes y por docentes, perdura estampada en el patio de los recreos. Todo eso narra a Santoro casi como Santoro supo narrarse o pensarse en una respuesta de 1973 para la revista Rescate: "Roberto Santoro: Sangre grupo A, factor Rh negativo, 34 años, 12 horas diarias a la búsqueda absurda, castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos. Escritor surrealista, es decir, realista del sur. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca".

No hay manera de que tanta fuerza y tanta convicción se esfumen. Aunque haya temporadas en las que acceder a "Literatura de la pelota" se ponga bravo. Santoro es un desaparecido, pero ese libro no abandona ni la gracia ni la lucha. Al revés, en su cumpleaños 50 funciona luminoso como el descubrimiento de un mundo. Debe ser, entre otras razones, por lo que Santoro dice casi en el final:  "Lo importante no es escribir sino vivir mientras se escribe". Y debe ser también, porque, para disgusto de silenciadores y de genocidas, en esas hojas, una por una, magia por magia, el fútbol es una identidad poderosa, la literatura acaricia lindo y Santoro sigue estando vivo.

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